13 junio, 2013

El Futuro

Cuando reflexionaba sobre qué escribir para el blog, después de unas semanas muy interesantes pero especialmente ajetreadas (y que explican mi ausencia de este foro), no sabía muy bien qué priorizar. Por ejemplo, con el apoyo de Economics for Energy, a principios de mayo nuestro amigo Vicente López Ibor presentó en Vigo su libro Conversaciones sobre Energía y tuvimos entonces la oportunidad de discutir con él sobre grandes tendencias en el mundo energético. El día siguiente me invitaron a exponer en una interesante jornada sobre energía y sostenibilidad en Pontevedra, dentro de un ambicioso proyecto europeo que involucraba a diversas administraciones públicas, fundamentalmente para discutir lo que cabría esperar en las próximas décadas en estas cuestiones. Y poco después, estuve en la Faculdade de Economia do Porto con nuestra colega y colaboradora Isabel Soares, en un congreso multidisciplinar sobre energía en el que buena parte del debate se refería a eso, al futuro socio-económico y tecnológico del sector. Hace aún menos tiempo, en un workshop sobre transporte organizado por el IEB y FEDEA me encontré discutiendo con Stef Proost sobre los grandes cambios futuros que nos esperan en este ámbito y su influencia en la regulación del sector, y esa misma semana, en una comparecencia solicitada por la Comisión para el Estudio del Cambio Climático del Congreso de los Diputados, buena parte de las consultas de los diputados se refirieron a la prospectiva energética y regulatoria.
Esto en realidad no es algo nuevo en este blog, ni en Economics for Energy. En muchas entradas anteriores, por ejemplo aquí o aquí, nos hemos referido a las perspectivas tecnológicas y económicas, al futuro regulatorio, al cambio climático. En nuestros workshops anuales siempre tenemos una sesión dedicada al futuro energético, en realidad dos, porque cuando hablamos de políticas climáticas también debemos hacer un ejercicio de largo plazo. Como además hicimos en nuestros dos últimos informes: uno centrado en la innovación, con todas las implicaciones que esto tiene hacia y desde el futuro, y el otro en costes y potenciales de medidas de eficiencia energética… en el entorno de 2030. 
Puede sonar sorprendente, pero no me había dado cuenta hasta ahora de lo mucho que depende la utilidad y calidad de nuestro trabajo en Economics for Energy de si, y cómo, podemos predecir el futuro. Y aquí cabe apuntar dos cosas: primero que predecir es una tarea difícil en un campo especialmente cambiante como el energético: es casi adivinar. Como ilustración, en los últimos 8 años hemos visto el surgimiento e imparable ascenso del shale gas, en los últimos dos (tras Fukushima) las crecientes dudas sobre la tecnología nuclear y en ese mismo período el derrumbe de los costes de la tecnología solar. En segundo lugar, cuando queremos predecir el futuro energético no podemos quedarnos en una prospectiva tecnológica o incluso climática: hemos de pensar también cómo van a ser las sociedades futuras, cómo se definirá la regulación, qué aspectos extra-energéticos van a afectar a la oferta y demanda de energía futuras, etc.
Estos días estoy colaborando con una prestigiosa fundación en la selección de sus becarios para realizar estudios de postgrado en el extranjero. Y la experiencia, además de muy recomendable anímicamente para cualquier académico que aprecie el mundo de la investigación por la elevada preparación y vocación de los participantes, es especialmente interesante porque permite ver precisamente eso: por dónde van los tiros dentro y fuera del mundo energético y cómo, por ejemplo, las tecnologías de la información o las ciencias de la vida están jugando un papel cada vez más fundamental en nuestras sociedades y, por ello, indirectamente en nuestro futuro energético.   
En este contexto, me he pasado buena parte de la tarde leyendo y analizando un informe extremadamente interesante de la consultora RolandBerger. En realidad le debo este pasatiempo a nuestra amiga Lara Lázaro, que me obligó a informarme para responder a un cuestionario Delphi sobre ‘el futuro’ que está circulando entre expertos para poder informar la estrategia de una gran corporación energética. El caso es que los de RolandBerger intentan imaginarse cómo será el mundo dentro de 20 años, con el objetivo principal de ayudar a las empresas a aprovechar las oportunidades y evitar los riesgos en un entorno tan cambiante. Para ello plantean siete grandes líneas: demografía, globalización económica, recursos menguantes, cambio climático, tecnología e innovación, conocimiento global y responsabilidad global. Y en realidad ilustran muy bien lo que he querido decir a lo largo de esta entrada: es imposible imaginarse un sector energético en veinte años sin considerar todas y cada una de esas cuestiones. No podemos restringirnos, como muchos estaríamos tentados, a tres de las siete líneas (tercera, cuarta y quinta) que son precisamente las que permiten una objetivación mayor. Tenemos que saber cómo van a ser nuestras economías, cómo será nuestra educación, nuestra forma de vida, nuestros valores y preferencias… y eso obviamente es casi adivinar.
No tengo espacio para entrar en detalle sobre las conclusiones de este ejercicio, aunque en su web  tienen presentaciones bastante efectivas y cortas para hacerse una idea rápida. Otro día espero poder entrar en más detalle en estas y otras cuestiones asociadas a la predicción del futuro. Hay muchas cosas que me gustan y con las que concuerdo, pero también hay unas cuantas que me chirrían. Entre estas últimas su prospectiva de nuestra vida en la década de los 30: una mezcla de ciencia ficción y mundo elitista (parecen olvidar los múltiples problemas que apuntan con anterioridad, entre los que destacan la explosión demográfica y las crisis ambientales). En cualquier caso, un ejercicio apasionante y gratificante que me hace ver mi trabajo sobre el mundo energético como una mezcla de hobby y desafío intelectual tal y como creo que recoge este interesante programa de radio de hace unos meses.

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